¿Dónde está mi sinfonía?


Un viejo cantante tiene razón: la ciudad parece un mundo, cuando se ama a un habitante. Intimidante, vasto, desolador…

Lo recuerdo mientras cae una noche oscura y lluviosa en el medio de San José. Es un día cualquiera entre semana, yo hago que tomo el té en un café del centro. Intento ahogar mis pensamientos entre la ciudad y sus apresurados habitantes.

Tras el humo y un libro veo sus caras, sus gestos, el eterno corre corre, les creo una vida, un papel, en este mundo que parece la ciudad.

El ejecutivo con su secretaria, le promete una vida mejor, como ella se la merece, tan bella y capaz; el padre que se está criando al mismo tiempo que sus hijos y juegan en los charcos en plena avenida; la madre que añora volver con sus retoños, se detiene a comprar maní; el adolescente en su vida de tele y youtube parece ni notar que llueve por donde camina; la joven universitaria que bucea en un mar de papeles buscando dinero para el pasaje del bus; el vendedor de rosas solitarias; el tortero que compra una para arreglar su última metida de patas…

No vayan a creer que estoy juzgando, estoy jugando a hacerles una vida, a suponer como se mueven las figuritas en el tablero, pero sé que todo está en mi cabeza. Es un ejercicio de autodefensa, me entretengo en lo que está afuera, porque adentro hay confusión. Me caí del tablero.

Si me viera ahorita ¿Qué papel me imaginaría? ¿Seré Penélope? Esperando. ¿Qué espero? No vas a volver.

Nunca seguí las reglas del tablero, si el dado decía 2, a mí me parecía un 7 y me movía 3 casillas. No tenía prisa por ganar, el viaje era más importante. ¿Cierto?.

Reposaba en las casillas que me gustaban, enfrentaba las malas lo más pronto posible, descansaba a medio camino, saltaba turnos. ¿Moverse sólo hacia adelante? ¿Deprimirse por volver a empezar? ¿No salirse de las casillas?… eso era para las otras fichas.

Ellos sí seguían las reglas, yo interactuaba con las otras fichas, sabía a lo que jugaban y que querían conseguir; lo que no estoy segura es si sabían por qué lo querían.

Yo no era un caballo, ni un alfil, ni tampoco una fichita redondita azul, tampoco una casita… la única finalidad del juego era…jugar.

Hasta que un día apareciste ( en estas historias siempre apareces tú, bien aprendí, las historias de amor son la misma repetida) en una esquina el barrio, otra pieza caótica, deferente. Al verte eché a correr cual Forest Gump… pero siempre caía en la casilla de “vuelva a la esquina” y ahí estabas, mirándome y sonreías. No se puede correr para siempre, pero eso ya lo sabías.

Cuando finalmente no tuve aire ni fuerza, me tomaste de la mano, me llevaste a tu casilla, me diste pijama y preparaste la cena. Me prometiste jugar juntos ¿ Una historia de amor? No eran parte de mi juego… me enseñarías dijiste.

Una nueva parte hecha para dos, alguien que quería escuchar, dos fichitas juntas viajando por el tablero, inventar nuevas movidas, buscar agujeros en las reglas, moverse más lejos, alcanzar nuevos lugares.

Yo escribiría entre mis cuadernos y tú pondrías la música, yo escribiría un cuento para ponerte a dormir en las noches de lluvia, tú una sinfonía para mis pies danzarines. Me tendiste una mano y preguntaste si me animaba… hacía rato había saltado al precipicio.

Tardes de póker, días de películas, club de lectura, teatro, danza a la carta, secretos de cocina, maullidos de gato. Todo documentado en mis cuadernos, todo grabado en la piel, sabor dulce en el paladar.

Hasta que un día (también siempre hay un hasta que un día) traté de entrar en nuestra casilla, no pude, en la puerta una carta de “puedes quitárselo todo”… y ella la había usado.

Desde entonces fue tanto el shock que caí del tablero, traté de buscarte y estabas mudo, tengo miedo de que el juego me absorba, de perderme, como te perdí, convertido en una ficha que no puede escapar.

Ahora sólo veo el mundo desde lejos, recordando a través de otros, esperando una entrada a un nuevo juego, donde los lazos invisibles sean más poderosos que el papel, la tinta, el metal o el plástico, donde no es lo que debería ser, sino lo que hay, donde no importa el resto de la vida sino aquí y ahora.

Mi té está frío, como tantos otros, sigo esperándote o al menos mi sinfonía. He aquí un cuento… ¿Donde está mi sinfonía?

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