Maldita Manía


Soy buhonera y les voy a contar mi historia, creo que sucedió porque nunca encontré zapatos que me calzaran, y no se puede decir que nunca lo intenté, si es más, esa es una de mis manías, que nadie me pueda echar en cara que no lo intento, como si a la gente le importara lo que hago, como si intentarlo excusara mis fracasos. Y no se crean que están leyendo las locuras de una vieja chocha, que sé del mundo, y sin ánimos de ofender tal vez más que ustedes. Fui a la universidad, claro, en ese entonces no sabía tanto como ahora y se suponía que ahí me iban a enseñar lo que se necesita para vivir bien, claro, le enseñan a uno como sobrevivir, siendo uno más de una manada, siguiendo lo que todo el mundo espera. Yo terminé mi carrera como se esperaba y salí a buscar un trabajo, como se esperaba también, encontré inmediatamente, ya les dije, soy buena en lo que haga, porque me empeño en cualquiera que sea mi tarea.  Pasé horas encerrada en una oficina, claro, yo me dije: si no me calzan los zapatos por lo menos estar sentado debe ser más cómodo; además que le paguen a uno un salario es un gusto, fielmente tiene uno efectivo para jugársela al menos una vez al mes y a veces sin querer le pagan a uno literalmente por estar sentado. Pero al poco tiempo estaba un poco aburrida, de ver siempre las mismas cuatro paredes y hacer lo mismo, oír a la gente contar las mismas historias, una y otra vez. Me dije que tal vez, me pasaba sólo en ese lugar; que si todo el mundo trabaja por años y años, crea una carrera y construye su futuro, ¿por qué habría yo de ser la excepción? Entré nuevamente en las filas de buscadores de trabajos, y rápidamente estaba viendo otras cuatro paredes y gente nueva… mentira, era la misma cosa, sentada, encerrada, viendo por la ventana los días hermosísimos y la cantidad de cosas que se me ocurría podría estar haciendo y sin embargo seguía oyendo historias de escapadas nocturnas, de perros, de hijos, de maridos infieles, de esposas mandonas. Llegué a la conclusión que la gente se aguanta el trabajo para poder ir a quejarse de sus vidas. Después de repetir esa historia unas cuantas veces, para cementar el hecho mis fieles intentos, me di cuenta que para mí aquello no era suficiente; tenía demasiado que ver, demasiado que hacer, para hacer los mismo una y otra vez; me dio miedo despertarme un día y darme cuenta que estaba vieja, arrugada y amargada y que mi única esperanza fuera a la hora del almuerzo desahogarme de lo bruto que fuera mi marido. Los zapatos de una gran ejecutiva – sí, la cosa fue en grande, ni crean que no tuve el trabajo que cualquiera desearía, no crean que experimenté sólo en el bajo mundo – no eran para mí.  Como los malos pensamientos traen sucesos igual de malos, empecé por apartarme de todo el que me conocía, pues esa forma de vivir era la única que todos conocíamos y al abandonarla, al creer que había algo más en la vida, hicieron lo que se esperaba: me tacharon de desquiciada, contaron mi historia en su trabajo y se sentaron a esperar, probablemente, que terminara debajo de un puente, con la mirada perdida por el abuso de alguna droga. Eso le pasa en ese mundo a la gente que no que no se pasa las horas esperando el fin de mes. Así después de seguir el manual de “cómo vivir en una sociedad occidental”, hice todo lo demás: fui camarera y conocí muchas historias en un mostrador de paso, pero de tanto ver a la gente fui aprendiendo a escuchar lo que dicen los ojos y los gestos, mucho más interesante de lo que dice la boca; me metí en una cocina para que mi lengua saciara su curiosidad, y aprendí combinaciones y fórmulas para engañar la más aguda de las mentes; fui enfermera y reconozco la muerte con sólo unos minutos de haberla visto entrar en una habitación; me comí una biblioteca por años, porque descubrí que no me iba a alcanzar la vida para que mis ojos vieran todo, entonces los libros me ayudaron a acortar el camino a muchos parajes y de paso encontré muchos que también querían ver el mundo a través de los ojos de otro o quizá ver otros mundos y escapar de este aunque fuera por un rato, por eso nunca cobre multas como bibliotecaria; fui paseadora de perros, sólo para tomarme un descanso de los humanos y ver el camino desde cuatro patas, tal vez menear la cola era la clave de todo; recité poemas, hice cuadros que cuelgan en museos, hice efímeros dibujos con la arena, tuve la más corta carrera política de la historia, competí en carreras olímpicas… tal eso último no, la lista es tan larga que a veces empieza a ser confusa. Y ahora lo que ustedes esperan: porque yo sé lo que quieren, yo sé lo que su curiosidad espera oír; que también conocí el amor: sí me enamore, eso también tenía que intentarlo, pero como con el amor no se le queda bien a nadie y las historias de amor son la misma repetida, prefiero que a esa parte de mi vida ustedes le pongan los puntos y comas que quieran, los besos y aventuras que mejor les parezca y hasta les doy permiso a los desesperanzados de que me pongan también el corazón roto si eso les da consuelo; a esos les puedo compartir que he sentido el horrible y a veces repentino, fin del juego; como un click y del otro lado el indiscutible tono de un teléfono desconectado.  Lo bueno de todo esto es que en un principio uno cree que tiene un hueco por dentro por el amor que se fue…cuando un buen día se da cuenta que el problema es que no sabe qué hacer con el amor que va acumulando dentro… y eso deja de ser problema cuando uno se da cuenta de lo mucho que hace falta ese amor, empezando por uno y siguiendo con todas la personas que necesitan una llamada, un te quiero, un buenas noches… tanto como agua en el desierto. En fin que para esta historia sólo lo menciono porque ustedes así lo quieren. Justo a eso me dedico ahora, a adivinar deseos y de ser posible ayudar a cumplirlos. No ha sido fácil desarrollar mi talento y no me gusta presumir de él, pero la gente se parece y siempre, después de barajar un par de posibilidades, consigo entregarles a través de algún artefacto una pista para calmar su corazón. Sí poco a poco aprendí que es cierto eso de que la basura de unos es el tesoro de otros, que a veces necesitamos algo que nunca hemos tenido, que a veces sólo necesitamos un pedacito de nuestro pasado y por supuesto, muchos de los artefactos llegan a mis manos, es porque también a veces, lo que hace falta es deshacerse de lo nos tiene atados, les digo que finalmente he conseguido el trabajo más importante: ayudar a mantener el equilibrio del mundo. Lo bueno es que se puede ejercer desde cualquier lugar, siempre se le puede echar un empujón al universo, miren por ejemplo que ahora estoy trabajando al lado de una carretera, repleta de carros, algo ha pasado, según entiendo cerca de Paris y no es la primera vez que estoy en la misma situación. A veces se pasan días en un embotellamiento, esta es una de esas ocasiones. Al principio del congestionamiento, se escuchan sólo quejas y a la vez la esperanza de poder continuar pronto y volver a sus muy codiciadas vidas diarias, en este punto yo me paseo con mi bicicleta que nadie nota por estar en medio de esos pensamientos y esa es la ocasión que aprovecho para adivinar sus historias y empezar a escoger qué les ofreceré o con qué me voy a quedar.  Puedo escoger las líneas en que se dividirán los grupos de autos, y quién será el líder de cada “comunidad”, aún encerrados en su pequeño vehículo, eventualmente empezarán a buscar la normalidad, empezaran a querer imitar sus vidas fuera de ahí, después de todo no pueden soportar que un grupo de extraños crean que su vida es tan miserable que se puede cambiar por estar sentado todo el día moviendo el carro 20 metros. A veces creo que hay algunos que he visto antes, y que lo único que hacen es viajar de un lado al otro de la autopista esperando los embotellamientos para tener contacto con otros, sí en algún momento les habré cambiado el radio del carro, conseguido un cojín más cómodo, tal vez les he dado consejos sobre mecánica, también hay por quienes ya no se puede hacer nada, tal vez contarles cuentos de un mundo mejor mientras planean su partida de esta vida, como aquél pobre que acaban de meter en el maletero de su propio carro y sellado herméticamente, sabía que nada le esperaba y así decidió que era hora de partir. Y bueno que la muerte es parte de las manadas sea donde sea y hay que aprender a lidear con ella, es parte de las historias, y en este grupo tuvimos un anciano que tuvo que dejar a su compañera de vida, eventualmente él la seguirá y les aseguro (como quieren oír) que yo les hice ese viaje lo más llevadero que pude.  De hecho generalmente por ahí se empieza tratando de evitar la muerte del cuerpo, para luego intentar salvar el alma. Lo primero que hay que brindar es precisamente lo esencial para la sobrevivencia física, y en estos embotellamientos siempre hace falta comida y agua, es por eso que aparecen carros que nadie sabe de donde vienen como el Porsche en esta ocasión, claro no siempre hay de todo, pero después de todo, tal vez a algunos la escasez es lo que les hace falta. Ya les dije que del amor no me gusta hablar mucho, la pura verdad creo que al universo tampoco le gusta hablar mucho al respecto, le interesa más la práctica. Pero no hay que ser adivino para notar a dos que eso es lo que necesitan, como Dauphine y el ingeniero, algunos chunches para atrasar el paso de los otros carros y mantenerles juntos, un poco de frío prestado de la naturaleza, alguna manta que el ingeniero ni siquiera recuerda tener en su carro y voilá tenemos a los enamorados del grupo y Dauphine volverá a casa con mucho más que una manta o un muñeco de peluche; tal vez debí darle también al ingeniero una agenda de teléfono, pero a la gente no se le puede dar todo en la vida. Es probable que una vez más estén pensando que están leyendo delirios de una vieja chocha, pero en realidad si alguno tiene curiosidad de regalo les puedo dar un pequeño tip sobre mi trabajo, el universo vive entero dentro de cada uno y a la vez entre todos hacemos el universo, lo compartimos, conocemos lo mismo, nos conocemos, hay que mirar para adentro para ayudar afuera. Y en fin una vez más les voy a dar lo que quieren, no aburrirlos más con esto, que les he hablado suficiente, les dejo mi historia. Además que hoy estoy un poco nostálgica, el embotellamiento ha empezado a moverse y desde mi sitio de espectadora he tenido que decirles adiós, igual no hay alguno haya devuelto el movimiento de mi mano.  Nada importa, alguien más con los ojos llorosos se estrellará con el alumbrado público, algún avión usará la carretera como pista de aterrizaje, o alguien simplemente ya no querrá ir a la velocidad de los más, provocando un nuevo embotellamiento, así es, siempre igual, siempre regresan, bendita manía del universo de repetir.

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